El cadáver de Francisco Franco (1892 - 1975), general y dictador que gobernó España de 1939 a 1975, es exhibido en el Palacio del Pardo en Madrid el 24 de noviembre de 1975. |
El escritor Ramón
María del Valle-Inclán, creador del esperpento, estaría seguramente
complacido al constatar que el género teatral que ideó está más vigente que
nunca en la política. Vayamos primero a la definición del esperpento que da el
propio Valle-Inclán de boca de Don Latino y Máximo Estrella, personajes de su
obra Luces de Bohemia
(1920):
“Don
Latino - Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el
Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una
estética sistemáticamente deformada […] Max
– España es una deformación grotesca de la civilización europea […] Las
imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas […] Max – […] La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática
perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo
las normas clásicas […]”
La decisión del gobierno español
presidido por Pedro Sánchez de exhumar los restos de Francisco Franco del
Valle de los Caídos, votada por una ajustada
mayoría en el congreso, tiene características esperpénticas, en el sentido que
le da Valle-Inclán al término. El decreto
ley del gobierno del PSOE tiene como objetivo arreglar las cuentas pendientes
que dejó la llamada Transición, especialmente en lo que se refiere a la
“memoria histórica” sobre la traumática Guerra Civil y los años de la dictadura
franquista. Se trata de poner a Franco en su sitio, o si se quiere, de sacarlo
del monumento que pretende conmemorar a todos los caídos en la guerra civil,
pues, argumentan los socialistas, el Generalísimo fue el principal verdugo de
al menos la mitad de esas víctimas.
La clave esperpéntica de Valle-Inclán nos
permite profundizar en el análisis simbólico y comunicacional de la decisión de
Sánchez y su gobierno, y compararla con otras situaciones que, si bien difieren
en cuanto al contexto social y cultural, ilustran lo que podríamos llamar el
fenómeno de la “necropolítica”. Para ello nos vamos a detener en la difusión
televisiva en 2010 de la apertura del sarcófago que guardaba los restos de
Simón Bolívar, exhumación dirigida por el entonces presidente de Venezuela Hugo
Chávez. En este caso, como tantos otros, incluyendo el tráfico del cadáver de
Eva Perón que tan bien relatara Tomás Eloy Martínez en su novela Santa
Evita, el eterno debate ruso sobre si se debe enterrar el cuerpo
de Lenin, la mano embalsamada de Álvaro Obregón,
caudillo y presidente de la revolución mexicana, que se exhibió durante años,
el foco está en el valor del muerto, o si se quiere, en la tensión dialéctica
entre su sacralización y su profanación.
El 15 de julio de 2010 a eso de las dos
de la madrugada, Chávez
anunció vía Twitter que el cadáver de Simón Bolívar, el Libertador de cinco
naciones suramericanas, había sido exhumado con el fin de determinar las “verdaderas
causas” de su muerte hacía prácticamente doscientos años. Unas horas más tarde,
el vídeo con los detalles
de la exhumación de los restos de Bolívar fue transmitido en cadena
nacional de televisión. Una primera lectura de este hecho nos indicaría que
estamos frente a un acto de “revelación de la verdad” que, como en el caso de Franco,
busca ejercer algún tipo de justicia histórica. Con Bolívar la excusa fue
establecer cómo y porqué murió, en el marco de una teoría conspirativa de
Chávez según la cual el Libertador habría sido asesinado. Con Franco, la
intención es relocalizarlo material y simbólicamente en la historia reciente de
España.
En clave esperpéntica, ambos casos tienen
que ver con la imagen del héroe proyectada en espejos que la deforman. Es obvio
que Chávez buscó con ese acto, como lo hizo en muchísimas ocasiones, acercar la
figura mítica de Bolívar a la suya. No es casual que la voz en off de Chávez
acompañara las primeras imágenes difundidas en televisión de la apertura del
sarcófago con los restos del Libertador. Paradójicamente, el efecto de acercamiento
de los personajes se da a través de la desacralización del héroe fundador de la
patria, como ya lo notara Valle-Inclán en su “estética sistemáticamente
deformada”.
En la iconografía tradicional, Bolívar es
el guerrero a caballo o el legislador que redacta las Constituciones de las
nacientes repúblicas americanas, o incluso el delirante idealista que sobre el
Chimborazo sueña una patria grande y unida. En todas estas representaciones
están los elementos de una “religión republicana”, en palabras del historiador
Elías Pino Iturrieta, en la que el “divino” Bolívar juega un papel central
en un panteón de héroes militares. Pero, el mostrar urbi et orbi el esqueleto
inerme del Libertador tiene un efecto justamente esperpéntico, es decir que
deforma la imagen del héroe a través de la mediación de la pantalla de
televisión y de las redes digitales. Ya no nos situamos en el registro épico,
sino en el registro grotesco del esqueleto que se baja de los altares patrios
para modificar el imaginario colectivo asociado con un símbolo normativo de la
sociedad.
Es en su dimensión pragmática que el
performance esperpéntico adquiere su verdadera connotación política. Hubo en la
transmisión televisiva de la exhumación de los restos de Bolívar una sensación
de híper realismo que se mezclaba con el “irrealismo” de lo impensable ante la
desacralización del llamado Padre de la Patria. Entre muchos venezolanos se
confirmó el efecto desconcertante que el esperpento produce en la audiencia,
pues lo que era familiar (la iconografía heroica de Bolívar) se convirtió en
extrañamente iconoclasta. Ya en España algunos denuncian una eventual
profanación de la tumba de Franco, o incluso de
la utilización electoralista por parte de Sánchez de este decreto con el
fin de ganar de puntos en los votantes que se sitúan más a la izquierda.
La “necropolítica” en su vertiente
esperpéntica – es decir, en su vocación de invertir los valores asociados al
héroe clásico – busca también reescribir la Historia (con H mayúscula). Chávez
presentó dos años después un nuevo
rostro de Bolívar, recreado digitalmente a partir del cráneo exhumado aquel
julio de 2010, lo que algunos consideraron como un intento más del comandante
presidente de acercar su propia imagen a la de un Libertador
que sería más zambo que vasco (los Bolívar eran de origen vasco). El rostro
digitalizado del Bolívar zambo se ha convertido en la imagen oficial del
Libertador.
El PSOE de Sánchez quiere ser el partido
que complete la tarea pendiente de la Transición para terminar de borrar las
huellas del Franco heroico de la historia y del patrimonio español. Además de
re polarizar a la sociedad española, obligando a sus adversarios políticos del
PP y de Ciudadanos a tomar partido sobre el significado actual de Franco, la
decisión de Sánchez podría dar pie para transformar el significado del Valle de
los Caídos, como lo ha dicho el historiador José
Álvarez Junco, eliminando el carácter de mausoleo del dictador, y en un
lugar que sirva para explicar a las nuevas generaciones lo que ocurrió en la
guerra civil y durante la dictadura franquista.
Pero el ruido y la furia propios de
debates inflamados en las redes sociales ha dado cuenta de la idea de convertir
el Valle de los Caídos en un “museo
de la memoria”, como lo había propuesto originalmente Sánchez. Ahora el
presidente español propone que el monumento construido por Franco pase a ser un
cementerio civil. Con ello seguramente busca un compromiso político para que
sea aprobado en el congreso su proyecto de ley, y los restos de Franco sean
desalojados de allí, lo que caldeará los ánimos de los nostálgicos de la
dictadura
Valle-Inclán estaría admirado del
potencial escénico que tiene la “necropolítica” en esta era de medios digitales,
grandes espejos cóncavos desde los que consumimos millones de imágenes
deformadas.
Sánchez no sabe que uso darle posteriormente al Valle de los Caídos. Y no lo sabe porwuecrealmente no tiene importancia, cualquier destino es aceptable. La intención de Pedro es desenterrar a Franco par a enterrar la Historia (con mayúscula). Mientras el Generalísimo descanse en su mausoleo, será un odioso recordatorio de la derrota fatal que sufrió el comunismo, pero también el anarquismo y el socialismo, en la malentendida Guerra Civil, magistralmente contada y deformada por los derrotados. Enterrar la derrota de un remedo de República, presidida por Largo Caballero, correligionario político del inefable Pedro, y primer presidente español miembro del PSOE.
ResponderEliminarSánchez no sabe que uso darle posteriormente al Valle de los Caídos. Y no lo sabe porwuecrealmente no tiene importancia, cualquier destino es aceptable. La intención de Pedro es desenterrar a Franco par a enterrar la Historia (con mayúscula). Mientras el Generalísimo descanse en su mausoleo, será un odioso recordatorio de la derrota fatal que sufrió el comunismo, pero también el anarquismo y el socialismo, en la malentendida Guerra Civil, magistralmente contada y deformada por los derrotados. Enterrar la derrota de un remedo de República, presidida por Largo Caballero, correligionario político del inefable Pedro, y primer presidente español miembro del PSOE.
ResponderEliminarTu comentario es interesante porque apunta al problema que los españoles tienen con su pasado. Les pesa mucho como trauma del cual no han podido recuperarse del todo. Por eso los nacionalismos trasnochados como el de los catalanes o el radicalismo de Podemos.
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