La semana pasada viví uno de los momentos más difíciles desde que llegué al Departamento de comunicación de la Universidad de Ottawa. Como una bofetada inesperada, brutal, recibí una noticia devastadora: mi amigo y colega Mahmoud Eid había fallecido de forma repentina. Pensé inmediatamente en su esposa, la también amiga y colega Aliaa Dakroury, y en sus tres hijos Yomna, Ahmed and Yassmin. Sentí un inmenso dolor. Traté de comprender lo inexplicable. Mahmoud era un joven académico, profesor dedicado a sus estudiantes, investigador polifacético y productivo, y, sobre todo, un ser humano cálido, amable y hospitalario.
De todas esas cualidades de Mahmoud puedo dar fe, pues desarrollamos una colaboración de varios años en un gran proyecto en el área de la salud de la mujer, más específicamente en alianza con SenosAyuda, y Bolivia Bocaranda y todo el equipo de activistas en la lucha contra el cáncer de mama en Venezuela. A Mahmoud le hacía gracia que yo dijera que después de mí, él era el profesor en el departamento que mejor conocía Venezuela, a donde viajamos en cuatro oportunidades.
Mahmoud jugó un papel clave en este proyecto. Lo enriqueció con sus contribuciones sobre ética y comunicación (fue el artífice del Código de Ética de SenosAyuda), percepción de riesgo y prevención en salud, y su análisis sobre el papel de los medios de comunicación en la divulgación del conocimiento médico. También jugó un papel central en el diseño y aplicación de los instrumentos con los que medimos el impacto de los talleres y mesas de trabajo que organizamos con las diferentes organizaciones de pacientes, médicos y funcionarios de salud pública.
Los viajes a Venezuela también contribuyeron a cimentar nuestra relación personal. Largas conversaciones nos sirvieron para intercambiar notas sobre nuestras respectivas vidas: él, un egipcio que emigró a Canadá con su familia para estudiar y después de desarrollar una exitosa carrera académica; yo, un judío venezolano nacido en Marruecos que también se vino a Canadá, primero para estudiar y luego para dedicarse a la enseñanza e investigación. Un ejercicio que disfrutábamos mucho era comparar las similitudes entre la jaquetía, el dialecto judeo-español del norte de Marruecos, y el árabe. Así pasábamos el tiempo descubriendo el sentido de palabras y expresiones que vienen de la lengua árabe y que los judíos marroquíes usamos con frecuencia.
Mahmoud me acompañó en un gran momento de alegría personal cuando celebré en Caracas mis 50 años (la foto que ilustra esta nota fue tomada ese día). Allí conoció a mi papá, Jacob Nahón Z”L, con quien conversó en árabe sobre los recuerdos de Tánger y de la vida en Marruecos.
Los viajes a Caracas también sirvieron para que Mahmoud conociera a colegas de la UCAB, con quienes colaboramos en nuestro proyecto de salud de la mujer. A uno de ellos se le ocurrió llamar a Mahmoud “Rafucho”, pues podría pasar por un maracucho cualquiera. A Mahmoud eso le producía mucha gracia. La verdad es que además del trabajo de investigación en el terreno, las visitas a Caracas fueron inolvidables ocasiones para consolidar la amistad y las relaciones humanas.
En nuestras muchas conversaciones no podían faltar discusiones sobre el conflicto árabe-israelí y sobre las relaciones entre musulmanes y judíos. Debo decir que Mahmoud siempre fue muy respetuoso en su forma de abordar estos delicados asuntos. Primero, como egipcio apreciaba el valor de la paz y destacaba la importancia de mantener vínculos con Israel, incluso en el campo académico, y particularmente en el área de los estudios en comunicación. Con respecto a las relaciones entre musulmanes y judíos, comparábamos las similitudes entre las dos religiones, y siempre intercambiábamos felicitaciones y bendiciones por nuestras respectivas celebraciones.
Mahmoud Eid me enseñó a apreciar mejor el valor de la apertura y la diversidad como algo que enriquece nuestras vidas y nos hace mejores. De él guardaré el recuerdo de su sonrisa, su sentido del orden, tanto en el plano físico (su oficina siempre estaba impecable) y en el plano intelectual (siempre preocupado por la consistencia y coherencia en las escritos y propuestas), y su entusiasmo por entablar nuevos proyectos abiertos al mundo para aprender y compartir el conocimiento.
Descansa en paz, querido amigo.
Isaac Nahón Serfaty
Ottawa, 21 de febrero de 2017