martes, 31 de octubre de 2017

Horror en Atlanta


Era la primera vez que iba a Atlanta (fui otra vez, unos años después). Mi cliente, Johnson & Johnson, lanzaba un nuevo “stent” en un congreso de cardiología. En esa época era consultor de PR y marketing, así que fui a hacer un entrenamiento para voceros médicos.

El cliente ya me había prevenido que había sido casi imposible hacer la reserva de hotel. No había nada disponible en la zona del centro de convenciones. Me tendría que quedar en un hotel cerca del aeropuerto.

Mi colega Miguel venía conmigo a Atlanta. Yo salí un poco más temprano desde Miami. Miguel tomaría un vuelo más tarde.

Llegué a Atlanta una tarde bastante fría a eso de las cinco (sería diciembre o enero, no recuerdo). El hotel era verdaderamente una birria, como dirían los españoles. Viejo, mal mantenido, oscuro. Parecía un bloque tipo soviético de la época de Stalin.

Me dieron la habitación, lo que confirmó mis peores sospechas. Pequeña, paredes sucias, con una alfombra que nunca habían limpiado (no doy más detalles por decencia). Estaba además muy fría, un frío húmedo (parecía que la calefacción no funcionaba). Decidí tomar una ducha y puse el agua caliente a millón. Me metí en la ducha y al salir vi lo siguiente en el espejo del baño (que era relativamente grande): SANGRE. Sí, la palabra SANGRE en español y en mayúsculas se había dibujado en el espejo cubierto de agua que se había condensado sobre él. ¿SANGRE? ¿Por qué no BLOOD en inglés? Alguien había dejado esa palabra escrita allí para que apareciera cuando se produjera el fenómeno de condensación. De todos modos, la “casualidad” que la hayan dejado escrita en español para un futuro cliente de habla hispana, como este servidor, me hizo pensar que podría ser más que una mera coincidencia.

Me vestí aceleradamente. Metí las cosas en mi maleta y bajé a la recepción. Pedí que me cambiaran de habitación. Le conté la historia de horror al recepcionista. Le insistí que la palabra que apareció en el espejo era SANGRE (no BLOOD). “Do you get it?”, le pregunté. El recepcionista hizo una mueca como si le hiciera gracia. Me dio la llave de mi nueva habitación. Al rato llegó Miguel. Se murió de la risa cuando le eché el cuento.

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