* Ni el portal web de Letras Libres ni El País quisieron publicar este artículo. El editor de Letras Libres me explicó que el texto que escribí se alejaba de la línea "moderada y cautelosa " que esa publicación mantendría con respecto al conflicto entre Israel y los palestinos. El País dijo que tenía demasiados artículos y que no contaba con espacio para publicar el mío.
La política
tiene mucho de teatro. Esto no es una novedad, pero ella adquiere un talante
espectacular en estos días de redes sociales, periodismo ciudadano y dominio de
las imágenes omnipresentes como factor que moldea la opinión pública. Dos
eventos que se ubican en polos opuestos, aunque son parte de la misma tragedia
sobre la que escribiera el historiador y diplomático Shlomo Ben- Amí, ilustran bien la explosión dramática de la
política. El primero es la presentación que hiciera el primer ministro Benyamín
Netanyahu de
los documentos nucleares iraníes supuestamente recabados por el Mossad. El otro
es la reciente ola de violencia en la frontera entre Gaza e Israel. En ambos
casos se ha impuesto una razón estratégica con el fin de crear un efecto de
opinión que apuntale agendas políticas. Netanyahu montó su calculada puesta en
escena para darle un argumento adicional a Donald Trump con el fin de romper el
tratado que Obama había firmado con Irán. Hamás, el movimiento islamista que
gobierna la franja de Gaza, convocó a la movilización masiva hacia Israel, en
lo que han denominado la “marcha del retorno”, con el fin de poner el tema
palestino en la agenda internacional, después que había sido desplazado a un
tercer plano por otros asuntos como la guerra en Siria y las tensiones con Irán.
La
opinión pública no siempre valora las cosas de la misma manera. Medios de
comunicación, periodistas y articulistas han rápidamente reaccionado ante la
violencia en la frontera gazatí-israelí, asumiendo como una verdad absoluta el
relato que de las protestas ha hecho Hamás, mientras que han sido más escépticos con respecto a lo
planteado por Netanyahu sobre las ambiciones nucleares de Irán. Muchos medios han repetido
que las movilizaciones de los palestinos en Gaza serían una muestra de “protestas pacíficas” al estilo de las que convocaron
en su momento Gandhi en la India o Martin Luther King en los Estados Unidos.
Esto lo ha desmentido el propio cofundador de Hamás, Mahmoud al-Zahar, quien ha
dicho en una entrevista con Al Yazira que “cuando hablamos de ‘resistencia
pacífica’ estamos engañando al
público…Esto es resistencia pacífica apoyada por una fuerza militar y por
agencias de seguridad”(pueden ver la entrevista aquí). Es decir, la movilización masiva “pacífica”
de palestinos hacia la frontera con Israel sería la continuación de la guerra por
otros medios, no solo para infiltrar el territorio israelí y cometer actos
terroristas, sino para ganar una guerra de propaganda en la que lamentablemente
muchos habitantes de Gaza, probablemente desesperados ante las difíciles
condiciones de vida en la franja, son usados como peones de los islamistas.
Hay,
sin embargo, otros factores que influyen en las lecturas que se hacen de los
lamentables sucesos en Gaza y de la presentación de Netanyahu, y éstos tienen
que ver con la antipatía que suscita Donald Trump. Si la política es teatro,
los espectadores juzgan por sus gustos y afinidades. Trump cae mal a muchos
periodistas y articulistas por su discurso agresivo, su chocante machismo, sus
decisiones impulsivas, los obvios conflictos de intereses entre sus negocios y
su papel como presidente y el de su familia en su gobierno, sus posiciones que
a veces bordean el racismo, y también, hay que decirlo, por su apoyo
incondicional al gobierno de derechas que encabeza Netanyahu en Israel. Estas
valoraciones que se hacen de Trump, y de alguna manera del proprio líder
israelí, tienden a producir ataques de amnesia selectivos en quienes juzgan las
decisiones y acciones de estos gobernantes. Olvidan, por ejemplo, que los líderes de Irán han declarado que su objetivo es borrar a
Israel del mapa, o que hace algunos años mandaron a sus agentes hasta Buenos Aires para volar la sede de la
organización judía más importante de ese país en un atentado en el que murieron
85 personas, o incluso que el gobierno iraní asumió como
política oficial el negacionismo del Holocausto con el fin de legitimar su propio discurso antisemita
disfrazado de antisionismo.
También
las antipatías hacen olvidar que Hamás en un documento de 2017, en el que reafirma los
principios de su carta de 1988, declara que “el establecimiento de ‘Israel’
(sic) es completamente ilegal y contraviene los inalienables derechos del
pueblo palestino y van contra su voluntad y la voluntad de la Ummá (la nación islámica) …”, que “rechaza cualquier alternativa a la completa y
total liberación de Palestina, desde el río (Jordán) hasta el mar
(Mediterráneo)”, aunque de forma táctica considera - sin renunciar a su rechazo
de lo que llama ‘la entidad sionista’ y sin renunciar a ninguno de los
“derechos de los palestinos” - “el establecimiento de un estado palestino
soberano e independiente, con Jerusalén como su capital en las fronteras del 4
de junio de 1967 (antes que estallara la Guerra de los Seis Días) …”.
Hamás
ha fracasado en mejorar la situación de los palestinos en Gaza. Desde que
Israel se retiró de la franja en 2005, el movimiento islamista controla el
gobierno del territorio palestino después de cruentos enfrentamientos con la
fracción de Al Fatah, que preside la Autoridad Palestina en la Margen
Occidental del Jordán. La reconciliación entre los dos grupos palestinos no
termina de concretarse, aunque se hayan dado acercamientos promovidos por Egipto.
El liderazgo de Hamás vive una crisis que pretende tapar usando, como lo ha
hecho antes, a la población civil como escudo contra Israel. Es necesario
refrescar la memoria de vez en cuando, para no caer en las trampas de la
política como teatro.