Una decisión de la facultad donde trabajo ha provocado controversia entre mis colegas de la Universidad de Ottawa. Se ha decidido que debido a estas únicas y especiales circunstancias derivadas de la pandemia COVID-19, los estudiantes de pre-grado podrán escoger si hacen o no el examen final, y que no están obligados a notificar su decisión a sus profesores. Los estudiantes que decidan no hacer el examen final, recibirán como nota final la que llevan acumulada en el semestre (calculada sobre la base de 100%). Si los estudiantes prefieren, podrán escoger entre “satisfactorio” o “no satisfactorio”, cuando reciban su nota numérica. Esta opción no afectará el promedio de sus notas.
Algunas colegas están de acuerdo con la decisión de la facultad, pues consideran que los estudiantes tienen que tener opciones que los liberen del “estrés” que están viviendo por el cambio abrupto que en sus vidas ha significado el COVID-19. Muchos han tenido que retornar a sus casas e incluso a sus países de origen. Otros han perdido sus precarios trabajos. Y otros tienen familia de la que se tienen que ocupar en tiempos de incertidumbre.
Otros colegas, entre los que me encuentro, pensamos que debemos ser flexibles y comprensivos con los estudiantes, pero que esto no implica sacrificar la calidad académica ni el compromiso que profesores y estudiantes tenemos con el conocimiento.
A partir de un tratamiento caso por caso, con la razón y la empatía necesarias, hubiésemos podido encontrar un camino medio que significara una experiencia formativa más rica para nuestros estudiantes. Abandonar el examen final como opción es más que una mera formalidad. Es decirles a los estudiantes que la primera opción es rendirse. Y esto no está bien. Voy a explicar mis razones.
Antifragilidad y aprendizaje
Mis estudiantes del seminario de Comunicación de riesgo y crisis conocen el concepto de “antifragilidad” que introdujo Nassim Nicholas Taleb (el mismo que escribió el libro The Black Swan – El Cisne Negro). Para resumirlo rápido, antifrágil es el equivalente al dicho venezolano “lo que no mata, engorda”, o lo que “no mata, te fortalece”. La idea básica de esta noción es que hay sistemas, objetos y seres vivos que ganan en fortaleza y resistencia en la medida en que son sometidos a choques inesperados.
Me permito citar a Taleb, aunque es un poco largo, porque vale la pena entender las implicaciones de este concepto:
“Crucially, if antifragility is the property of all those natural (and complex) systems that have survived, depriving these systems of volatility, randomness, and stressors will harm them. They will weaken, die, or blow up. We have been fragilizing the economy, our health, political life, education, almost everything ... by suppressing randomness and volatility. Just as spending a month in bed (preferably with an unabridged version of War and Peace and access to The Sopranos’ entire eighty-six episodes) leads to muscle atrophy, complex systems are weakened, even killed, when deprived of stressors. Much of our modern, structured, world has been harming us with top-down policies and contraptions (dubbed “Soviet-Harvard delusions” in the book) which do precisely this: an insult to the antifragility of systems.
This is the tragedy of modernity: as with neurotically overprotective parents, those trying to help are often hurting us the most.
If about everything top-down fragilizes and blocks antifragility and growth, everything bottom-up thrives under the right amount of stress and disorder. The process of discovery (or innovation, or technological progress) itself depends on antifragile tinkering, aggressive risk bearing rather than formal education.”
Con la decisión de la facultad de eximir a los estudiantes de su examen final y de darles la opción de ni siquiera discutirlo con su profesor, la institución está enviando un mensaje “fragilizador” a los jóvenes. Como dice Taleb, está repitiendo el esquema de “sobreprotección” de padres que terminan por dañar más que formar a sus hijos.
Experimentar la “antifragilidad”
Cuando se decidió anular los cursos presenciales cara a cara y pasar al modo de enseñanza virtual, la gran mayoría de los profesores y estudiantes lograron adaptarse bastante bien a la nueva situación. Pasaron a dar sus cursos de forma virtual (por Zoom, Adobe Connect, entre otras plataformas). Los estudiantes asistieron a sus clases en línea. Hicieron sus deberes, ejercicios y lecturas. Claro que ha habido excepciones, y los profesores han buscado la forma de acomodar a aquellos estudiantes que han tenido más dificultad para adaptarse a los cambios de último minuto.
La capacidad de adaptación rápida de la mayoría de los profesores y estudiantes era un ejercicio de antifragilidad en pleno movimiento, con algo de confusión, pero con mucho entusiasmo. Valía la pena seguir con este ejercicio hasta el final del semestre, y no pararlo como la he hecho la institución.