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sábado, 29 de mayo de 2021
Affirmed and Hidden Identities: from the Inquisition to the Shoah
lunes, 24 de mayo de 2021
La izquierda radical, los islamistas e Israel: notas sobre una coartada judeofóbica*
Una mujer sostiene un cartel que dice: "Esta judía de 90 años dice que el sionismo es genocidio". Foto: Anadolu Agency/Getty Images |
La izquierda radical y sus aliados en Norteamérica y Europa que se identifican con la “Justicia Social Crítica” denuncian a Israel como estado opresor de los palestinos. Los recientes enfrentamientos entre el movimiento islamista Hamás (que controla en el terreno la Franja de Gaza) y Tzáhal (las Fuerzas de Defensa de Israel) provocaron movilizaciones en varias ciudades de Occidente en protesta contra los bombardeos del ejército israelí.
La lucha de los palestinos se ha convertido en una de las causas centrales de la izquierda radical y sus compañeros de viaje islamistas más o menos cercanos a Hamás, Hizbulá y la República Islámica de Irán (escribí aquí sobre esta fascinación posmoderna por el chiismo iraní). En las universidades de Norteamérica se organizan eventos contra el “apartheid sionista”. Asociaciones de estudiantes y sindicatos de profesores proponen mociones para adoptar medidas de Boycott, Divestment and Sanctions movement (BDS), es decir boicot, desinversiones y sanciones contra las instituciones israelíes, incluyendo contra sus universidades y sus universitarios.
Profesores y estudiantes ubicados en la izquierda han adoptado la perspectiva de críticos anti-sionistas como Noam Chomsky (estrella de la Justicia Social Crítica), historiadores de origen israelí que se han convertido en activistas de la causa palestina como Ilan Pappe y Shlomo Sand, o de investigadores como Norman Finkelstein (quien denunció a la llamada “industria del Holocausto”).
Nótese que todos los mencionados son judíos (o “ex - judíos” como Sand), lo que supuestamente les daría más legitimidad a sus críticas, especialmente para aquellos que argumentan que se puede criticar al sionismo y al Estado de Israel sin ser necesariamente antijudío. Es decir, que ni Chomsky, Pappe, Sand o Finkelstein podrían ser calificados como antisemitas, según sus seguidores. Por cierto, la noción “antisemita” se refiere al origen europeo del término, y su uso histórico y reciente en tanto que animadversión y rechazo de los judíos.
Historiadores israelíes como Benny Morris, críticos de la narrativa sionista tradicional sobre la guerra de independencia de 1948 que dejó como legado el problema de los refugiados palestinos, abrieron nuevas perspectivas sobre el origen y las consecuencias del conflicto árabe-israelí.
Morris también ha cuestionado a Pappe por su falta de rigor historiográfico (es decir, su incapacidad o falta de interés en probar sus afirmaciones en base a fuentes de época como lo exige la ciencia histórica). En un artículo publicado en The New Republic en el que comenta tres libros de Pappe, Morris afirma que “En el mejor de los casos, Ilan Pappe debe ser uno de los historiadores menos rigurosos del mundo; en el peor de los casos, uno (historiador) de los más deshonestos. En verdad, él probablemente merece un lugar entre los dos”.
En su artículo, Morris muestra cómo las afirmaciones de Pappe sobre el supuesto propósito de “gasear” a los palestinos por parte de las autoridades sionistas (lideradas por Ben Gurión) no se sustentan en pruebas verificables, y nunca hubo ningún momento en el conflicto de 1948 en el que los israelíes usaran gas contra los árabes (ya fueran palestinos o de los países vecinos que atacaron al naciente Estado judío).
Pappe hace igualmente afirmaciones que se alinean con sus motivaciones políticas y que no tienen sustento en los hechos. En su libro sobre la dinastía de los Husaynis (que incluye al Muftí de Jerusalén, Amín Al-Husseini, colaborador de los Nazis en la Segunda Guerra Mundial), Pappe afirma que los líderes sionistas dijeron que iban a construir el Tercer Templo judío en el Monte del Templo (donde están la mezquita de Al-Aqsa y el Domo de la Roca). Morris asegura que no existe ningún documento que contenga esa afirmación por parte de los sionistas. Según él, nunca estuvo planeado en la década de los años 20 o 30 del siglo XX, o durante la guerra de independencia de 1948 la reconstrucción del Templo en lo que se llama en árabe el Haram.
El otro personaje problemático es el lingüista y polemista Noam Chomsky. En el libro The Lion’s Den. Zionism and the Left. From Hannah Arendt to Noam Chomsky, Susie Linfield asegura que “cuando se trata de Israel, las inexactitudes de Chomsky son tantas e ideológicamente consistentes que uno se pregunta si considerarlas errores en el sentido tradicional de la palabra…Chomsky se ve como un diseminador de hechos, pero algunos de sus hechos no son hechos…” (p. 286). Y aunque Chomsky prefiera obviar lo fáctico cuando se trata del conflicto israelí-palestino, pareciera que los hechos son muchísimos menos importantes para él si se refieren a la historia del Holocausto.
Chomsky firmó un texto que se publicó como prefacio en un libro del negacionista del Holocausto, Robert Faurisson, en el que el lingüista afirmó que “es elemental que la libertad de expresión (incluyendo la libertad académica) no debe ser restringida a puntos de vista que uno aprueba, y es precisamente en el caso de puntos de vista que son casi universalmente rechazados y condenados que este derecho debe ser vigorosamente defendido”. Chomsky no apoya la tesis de Faurisson que dice que la Shoá es un “mito” que nunca ocurrió, pero sí apoya el derecho del negacionista de presentar sus puntos de vista sin que estos se correspondan para nada con la verdad o los hechos.
El historiador Shlomo Sand, autor de los libros The Invention of the Jewish People y The Invention of the Land of Israel, ha llevado su activismo anti-sionista al terreno de la definición misma de su identidad. Sand anunció hace algunos años que ya no se consideraba judío, lo que según él es consistente con su visión política sobre Israel que sería, en tanto que Estado judío, uno de los estados “más racistas en el mundo occidental hoy en día”. El historiador se ve como ciudadano israelí, la realidad creada por el sionismo político, pero rechaza cualquier vinculación con el pasado judío que es, según él, causa del etnocentrismo discriminador que prevalecería en su país.
El caso de Norman Finkelstein tiene algunos elementos especiales. Además de ser un activista anti-sionista, el exprofesor (no obtuvo la permanencia como profesor en la Universidad DePaul, en un controvertido caso) es hijo de sobrevivientes del Holocausto que sostiene posiciones poco ortodoxas sobre la Shoá. En su libro The Holocaust Industry: Reflections on the Exploitation of Jewish Suffering argumentó que el Holocausto se ha convertido en una industria explotada por gente como el fallecido escritor Elie Wiesel (premio Nobel de la Paz) y otros, con fines ideológicos para justificar las acciones del Estado de Israel contra los palestinos. Finkelstein escribió en un artículo que David Irving, otro negacionista del Holocausto como Faurisson, ha “hecho contribuciones indispensables para explicar al nazismo”.
Como se verá, después de haber repasado algunas de las ideas de estas luminarias académicas del movimiento pro-palestino, estamos frente a personajes que tienen relaciones complejas con respecto a sus propias identidades. Aunque ellos pretendan negar que sus conflictos personales en relación a su judaísmo, el sionismo e Israel no influyen en su supuesta búsqueda de la “verdad" en el conflicto entre israelíes y palestino, sus orígenes judíos los han convertido en figuras con una supuesta autoridad moral que otros no tendrían para criticar las políticas de Israel y la idea misma de la existencia de un Estado judío.
El radicalismo gana terreno
Estamos viviendo un momento de cambios de percepciones. La izquierda radical avanza en su propósito de introducir la política de las identidades, su ideología del “cancel culture” y su visión “victimizante” de la historia en las universidades y otros instituciones de Occidente, incluyendo a los gobiernos y las empresas. Lo que se conoce como el wokeism es militantemente anti-sionista y pro-palestino. En Estados Unidos hay quienes pretenden hacer paralelismos entre el movimiento Black Lives Matter y la lucha de los palestinos. En el partido Demócrata voces disidentes expresan sus críticas a la política israelí, apoyan la causa palestina y quieren bloquear la venta de armas a Israel.
Un clima de opinión se va cristalizando en muchos países en el que Palestina-Israel se ha vuelto el foco de reivindicaciones nacionales (la palestina), de defensa de derechos humanos (de los palestinos y de quienes apoyan su causa), y de cuestionamientos contra Israel como la potencia regional que se habría impuesto a sangre y fuego.
Si bien las políticas de Benjamín Netanyahu y sus socios políticos de la derecha israelí merecen ser criticadas, como de hecho ocurre en Israel, no es menos cierto que hay verdades que la izquierda radical omite o prefiere olvidar. Por ejemplo, los anti-sionistas olvidan que Hamás postula la desaparición del Estado judío (la “entidad sionista” según ellos), y una soberanía árabo-musulmana sobre lo que ellos consideran todo el territorio de Palestina (“desde el río hasta el mar”, como reza unos de sus slogans). O prefieren omitir que el conflicto de 1948 también generó un problema de refugiados judíos de países árabes que sufrieron intimidación y persecuciones que los llevaron a abandonar Egipto, Siria, Irak, Yemen, Libia, Líbano, Túnez, donde habían vivido cientos de años (se estima el número de esos refugiados judíos en unas 800 mil personas). Y en la medida en que las bases de los acuerdos de Oslo (1993) iniciado por Rabín y Arafat se van desdibujando, la idea de una solución de dos estados va desapareciendo para dar lugar a la propuesta de un estado binacional que en el fondo sería un estado con mayoría palestina musulmana en el que los judíos serían una minoría “tolerada” (al mejor estilo del estatus judío en los países musulmanes en el pasado).
Un viejo odio que sigue vivo
La causa palestina es un aglutinante y factor de movilización de la izquierda radical y sus compañeros islamistas. La estrecha relación de Israel con su principal aliado, Estados Unidos, es probablemente una de las explicaciones del interés especial que tienen por el conflicto israelí- palestino (y expresan menos interés en otros conflictos que afectan a poblaciones musulmanas en China, Myanmar o Siria). También se debe considerar la larguísima historia de anti-judaísmo occidental y árabo-musulmán. Siglos de propaganda y adoctrinamiento dejan sus huellas en las conciencias de la gente y las sociedades, y más cuando el judío representado por la imagen que proyecta Israel, ya no es el de la eterna víctima de pogromos, exterminios, expulsiones y hogueras. El judío “bueno” era el muerto o perseguido. El judío que tiene que tiene un ejército para defenderse ya no es tan “simpático”.
En su panfleto El Estado Judío, el padre del sionismo político moderno, Theodor Herzl, escribió en 1896: “El antisemitismo moderno no debe ser confundido con la persecución religiosa en tiempos pasados. A veces presenta una forma religiosa en algunos países, pero la corriente de este movimiento agresivo ahora ha cambiado. En los principales países donde el antisemitismo prevalece lo hace como resultado de la emancipación de los judíos”. Herzl, periodista que cubrió en París el juicio contra el Capitán Alfred Dreyfus (1894), falsamente acusado de haber espiado para los alemanes, seguramente tenía en mente el affaire de este militar judío francés asimilado (“emancipado”) que se convirtió en el chivo expiatorio de los antisemitas franceses. Una lectura más contemporánea de esta afirmación de Herzl podría ser que en la medida en que los judíos se emanciparon logrando la soberanía nacional a partir de 1948 (fundación del Estado de Israel), el antisemitismo adquiere un nuevo impulso. Esto no excusa las violaciones de derechos humanos o la discriminación contra los árabes israelíes, ni las consecuencias negativas de la ocupación de Cisjordania, como lo explica el profesor y diplomático israelí Shlomo Ben-Amí. Sin embargo, se observa un incremento de los ataques contra judíos e instituciones judías en el mundo en los últimos años. El viejo odio anti-judío sigue vivo. Esta vez la causa palestina es usada como coartada para la judeofobia.